Joven sentada con perro y jarra de agua en un jardín, de Jean-Honoré Fragonard, 1753-1756. Christie’s
Dominando el inmenso valle de olivares argentados que desciende a lo largo del río Tanneron hasta la ribera azul del golfo de Napoule, se levanta la ciudad de Grasse, la perfumada, como le dicen los viajeros.
Las callejas estrechas, tortuosas y resbaladizas, parecen pretender a un asalto a las alturas. Pero de todas las casas de la vieja población, por ventanas estrechas como miradores militares, entre las persianas celosamente corridas ante el sol, sólo se ven jardines, naranjales, campos de rosas y de jazmines.
Fue allí donde el 5 de abril del año 1732 nació, en la casa modesta de un mercader de guantes, el mortal que un día iba a ser el pintor inmortal evocador de las rosas y del amor.
La ciudad de Grasse se siente orgullosa de ser la cuna nada menos que de Fragonard. Y tiene razón. Grasse ha querido honrar a Fragonard. Así era su deber. Un simple busto sobre una columna en el jardín público fue su primer homenaje. Un monumento más importante, donde vuela detrás del artista, una alegórica inspiración, fue la segunda expansión del orgullo grassense. Pero hubo quienes pensaron que la mejor manera de honrar al maestro artista era la de estudiar su obra y hacerla conocer mejor. La Sociedad Fragonard se ha impuesto esa misión. Se ha creado, así, bajo el vocablo Fragonard, el Museo de la Baja Provenza.
Fachada del Museo Fragonard © Stefano Bianchetti
Al pie de las murallas de la vieja Grasse, a cien metros de la casa que Fragonard habitó y decoró – en los días del Terror – se abre una portada, entre dos altos pilares. Una elegante fuente Luis XVI ahuecase musicalmente bajo frondas de palmeras y de naranjos… Sube una escalera, entre rosales, hasta un jardín donde se entrega al sol la fachada armónica de una mansión del siglo XVIII : fue el “hotel” construido para Luisa de Mirabeau, por su fantasista esposo.
En un amplio balcón, al que se llega por la doble evolución de una curiosa escalera, una puerta se abre. He aquí la sala baja, que en toda vieja mansión provenzal es la pieza de verano; sala fresca, airada. El reposo de las siestas respira en el ambiente.
La cocina ofrece el viejo decorado de los cuentos de hadas. Todo es elocuente en la casa museo.
Interior de Villa Fragonard © John Heseltine
Todo enseña algo de la vida prodigiosa de quien la habitó, dejando aquí el recuerdo palpitante de su nobleza y de su arte.
El museo Fragonard, de Grasse, es un paréntesis digno de todo viajero, capaz de sentir la maravilla del pretérito en la inmortalidad que el arte asegura a sus fieles intérpretes, a sus maestros mayores.
Extraído de “Caras y Caretas”, Buenos Aires. n. 1787, 1932
Corte de jazmines en Grasse. Imagen por Delius. Hojas Selectas, 1906, nº. 49
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